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A todas las personas que habéis confiado y estáis confiando en mí...

Hace ya un tiempo que comencé este proyecto, escuchando al fin lo que decía mi corazón y pasando por encima de miedos e inseguridades. No sabía cómo me iba a sentir, no tenía la certeza de que podría funcionar. Hace más de veinte años, había tomado la decisión de no seguir haciendo psicoterapia porque el dolor de mis “pacientes” me pesaba demasiado (“pacientes”, “clientes”, “usuarias”…ninguna palabra me encaja y no acabo de encontrar la apropiada para nombraros). Me identificaba tanto que me perdía en mi propio dolor y así no podía ser útil a nadie. Supe ver que necesitaba mucho trabajo personal para poder ofrecer una atención más auténtica, honesta y de calidad… Ahora, antes de decidirme a dar el paso lo hice con la conciencia de que haber profundizado en mis heridas y haber trabajado arduamente en mi propia sanación eran un paso previo y necesario. Sabiendo, además, que la sanación es un proceso y no una meta a la que se pueda llegar, que nada puede hacer más daño que esa pretensión de perfección y felicidad que se nos inocula desde que nacemos, negando que la vida es muchas veces dolor y engañándonos con la fantasía de que se puede estar “siempre bien”.

 

Cada vez que conozco a una persona que se muestra ante mí, que abre su corazón, reconoce que no está bien y comparte su lado oscuro con su desorden y basura acumulada me emociona profundamente. Atreverse a hacerlo es ya un acto de valentía y el primer paso para poner orden y dejar que entre la luz. Uno de los muchos problemas que arrastramos en esta civilización basada en la competencia y el consumo es el mandato profundamente internalizado de que no podemos ser débiles ni dependientes ni amargadas, con la consiguiente culpa por serlo y el pánico a mostrar nuestra vulnerabilidad. Por eso valoro y honro a quienes lo hacen y aprendo con ellas a ser valiente.

Siempre os digo, cuando sentamos las bases del camino que vamos a recorrer, que yo no puedo cambiar a nadie, ni mucho menos curar, ni tan siquiera ayudar. Y sería egocéntrico y poco ético pretenderlo. Porque sólo tú puedes cambiarte, moldearte, sólo tú sabes hasta dónde puedes llegar. Yo sólo soy el espejo que puede reflejarte las trampas dónde estás atrapada, que puede recordarte quién eres, tus fortalezas y tus recursos. Sólo puedo ponerme a tu disposición, desde la aceptación y el no juicio, recoger lo que me muestras y acompañarte en el proceso de poner orden, de comprender, de enfrentarte, de desarrollar estrategias, de cultivar la paciencia y el amor propio….pero el trabajo lo haces tú. Ahora que he empezado a hacerlo descubro que es posible, aunque no sea fácil ni rápido.

Por eso estos primeros encuentros con quienes han decidido dejarse acompañar han sido tan especiales y nutritivos.

 

Es un honor presenciar y acompañar vuestros procesos. Es un privilegio y un regalo para mí, pues, a través de ellos yo también sigo avanzando en mi propio camino. Porque vosotras y vosotros sois también un espejo para mí en el que veo muchas cosas reflejadas, una fuente de inspiración, de energía y de Amor. Aprendo a amar amando todo aquello que me mostráis y a esforzarme observando vuestro esfuerzo…Cada encuentro, cada persona, cada mirada es única, y me señala y me enseña algo. Me reconcilio con la humanidad a la que tanto juzgo cuando la considero en abstracto, recupero la esperanza. Es fácil ver lo mejor de vosotras y aceptar lo peor cuando os quitáis las máscaras y los fingimientos. Es maravilloso percibir la esencia y la belleza de cada cual, de su sufrimiento y de su lucha. No hay tantas cosas tan potentes y  hermosas y por eso no puedo dejar de agradecerlo. Gracias. Gracias. Gracias.

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Amor y aceptación en psicoterapia

Yo pienso que la terapia opera en la restitución de la biología del amor. ¿Y qué es la biología del amor? Pues, la biología del amor es la biología de la convivencia a través de la cual el otro surge como un legítimo otro en convivencia con uno. Y todo lo que hace la terapia es contribuir a que se restituya ese ámbito de convivencia. Si esto ocurre el paciente no consultará más porque habrá desaparecido el sufrimiento. Así, por ejemplo, si ha habido una pérdida tendrá los recuerdos de pena correspondientes, pero no estará en el sufrimiento. Yo no consulto al terapeuta porque me duele el dedo que me corté pero sí lo hago siempre si me duele siempre. Lo hago porque estoy atrapado en el dolor, porque el dolor está siempre presente. Ahora bien el día que yo acepte mi corte y ame mi dedo cortado igual que si no se hubiese cortado y la circunstancia en que se cortó sea para mí aceptable podré tener pena porque me dejó una cicatriz, pero ya no estaré atrapado en el dolor (…) Toda consulta que no sea por una situación de lesión fisiológica tiene que ver con el sufrimiento, con distorsiones o negaciones de la biología del amor. Fíjense lo que estoy diciendo, ¡es bien audaz! Estoy diciendo que sólo pasa una cosa y que hay una única terapia.

 

(Extracto de Entrevista a Humberto Maturarna. Revista de Psicoterapia VOL VII)

Ahora que he empezado a encontrarme con personas que me confían sus dolores estas reflexiones de Maturana, que en su momento (año 1996) ya me calaron muy hondo, cobran especial significado y profundidad. Compruebo en la práctica, en el contacto con los problemas de estas personas cuán semejantes son en esencia nuestras heridas, heridas de amor. Cuando escarbamos y desentrañamos aquello que hay detrás de nuestra ansiedad, nuestra inseguridad, nuestras adicciones o nuestro miedo, cuando intentamos comprender de dónde viene el sufrimiento que nos bloquea acabamos asomándonos al abismo de la falta de amor, historias de carencias, abandonos o traiciones y una tremenda falta de amor propio.

Por qué no somos capaces de amarnos a nosotras mismas? Por no habernos sentido lo suficientemente amadas, admiradas, reconocidas por nuestras figuras de apego? En qué medida el modo de criar que nuestro modo de vida nos impone es responsable de ello? Mucho se ha reflexionado ya sobre ello, y se podría seguir reflexionando, pero tal vez dar respuesta a los porqués no sea lo más urgente ni importante. Lo verdaderamente necesario es saber cómo reconstruir ese amor propio dañado, que genera tantos automaltrato, acusaciones y condenas implacables.

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Cuando, más adelante en la entrevista Maturana afirma que la gente quiere cambiar porque no se aceptan (y el amor es aceptación, permitir que el otro, o una misma, surja como un ser legítimo, merecedor y digno). Pregunta entonces el entrevistador: 

 

“Entonces, cuando el paciente acude solicitando el cambio debemos decirle que se acepte tal y como es? A lo que sigue la respuesta: “No. Acéptelo usted primero que nada”

El sufrimiento, la angustia y el malestar interior se originan en algo que yo no puedo aceptar. Y la mayor parte de las veces ese algo soy yo misma… No amo a algo, o no amo a alguien, si no lo acepto.  Y lo que hago cuando no lo acepto es querer cambiarlo o modificarlo… no aceptarlo es lo mismo que no comprenderlo y no amarlo. Si quieres cambiar a alguien no lo amas. Si le das herramientas para que cambie, sin generar expectativas, sí lo amas. Pero Cómo saber lo que los demás tienen que cambiar? No se puede. Sólo cada persona sabe lo que tiene que cambiar

Simple pero no tan fácil. Sea cuál sea el enfoque del trabajo terapéutico, las técnicas que se usen, creo que sólo puede funcionar si parte de la aceptación, el no juicio…el amor. Aprender a aceptar es la base para que se de esa magia que estoy empezando a conocer.

Es un privilegio que agradezco profundamente: sentir que el amor es posible y fluye, como la mejor medicina del universo, cuando detrás de la puerta dejo mis juicios y expectativas y me entrego a la escucha, al reconocimiento del ser humano que tengo delante en toda su legitimidad y belleza.

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